0 - Introducción

Introducción a la economía para redes.
Publicación: 2024.09.14 — Última modificación: 2024.09.15

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del pesimismo.

En el siglo XXI, la transformación social parece una utopía y las grandes narrativas parecen ingenuas.

Intentamos y fracasamos tantas veces que la única conclusión aparente es que el cambio es imposible. Pero no lo es.

Cada mapa sugiere un camino.

Los mapas que nos guían al transformar la realidad son las teorías, y las teorías que usamos hasta ahora tienen puntos ciegos, obstáculos imprevistos y distorsiones que nos han impedido llegar a buen puerto.

Nuevas herramientas conceptuales como el modelado computacional, la ciencia de redes y la teoría de juegos permiten trazar un mapa que no solo coincide mejor con la experiencia histórica sino que también prevé los obstáculos que sorprendieron a las propuestas anteriores, explica sus limitaciones, y muestra que, hoy más que nunca, el laberinto tiene salida.

Trazar un nuevo mapa es reconstruir la esperanza.

Líderes y seguidores

Toda la historia de la humanidad, hasta la actualidad, es una historia de disputa de redes.

Señores feudales, esclavistas, gobernadores, tiranos, empresarios, líderes sindicales; en una palabra, jerarcas, a la cabeza siempre, compitiendo entre sí por seguidores, en una lucha que produjo colonias y revoluciones, autoritarismo y libertad, una lucha que amplifica la desigualdad en cada paso y que, bajo su aparente diversidad, sigue siempre las mismas reglas.

Todas las organizaciones económicas de gran escala tuvieron jerarquías y desigualdad. Los de arriba ganan mucho y el resto gana poco o nada.

La teoría que guió a los proyectos revolucionarios del siglo XX fue el marxismo, que ligaba el poder económico a la propiedad de los insumos y las máquinas necesarias para producir, y no parece haber dado lugar suficiente a que las jerarquías económicas existen más allá de las relaciones de propiedad.

Un ejemplo actual son los sindicatos verticalistas. Hay líderes sindicales, delegados, y trabajadores sindicalizados. Los líderes sindicales suelen obtener ganancias usufructuando la lucha de los trabajadores. Pueden aprovechar su jerarquía para negociar con las empresas y obtener sobornos, o administrar los fondos de la cuota sindical para su propio beneficio. Es una jerarquía que existe, genera ganancias a los de arriba, y no está ligada a la producción ni a la propiedad de medios de producción. Se sostiene únicamente mediante el liderazgo de la organización.

Otro ejemplo es el de las empresas de servicios. Una empresa desarrolla software y trabaja de manera virtual. Sus empleados son propietarios de las computadoras con las que trabajan, y pagan el alquiler de la casa que usan de oficina, así como la conexión eléctrica y el acceso a Internet que necesitan para producir. Sin embargo, la empresa tiene un dueño que paga salarios y obtiene plusvalor del trabajo del equipo. La propiedad de los insumos y las máquinas es de los empleados, y aún así existe una jerarquía que habilita la ganancia empresarial.

Creer que las jerarquías económicas requerían la propiedad de los medios de producción implicaba creer que estas desaparecerían cuando la propiedad fuera común. Sin embargo, las jerarquías de poder y la ganancia extraordinaria de los jerarcas permanecieron después de las revoluciones marxistas en Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, Laos, Camboya, Vietnam, China, la Unión Soviética, Yugoslavia, y el resto de los países que las llevaron a cabo.

Construir un mundo más justo requiere comprender cómo operan las jerarquías económicas para así poder aprender a mitigarlas. En los próximos capítulos, mostraremos cómo funcionan las jerarquías económicas y su rol en la alineación de incentivos para la cooperación. Al final, ofreceremos estrategias plausibles contra la desigualdad.

Las preguntas de Marx

La teoría del liderazgo da una respuesta simple —y mejor adecuada a nuestro presente histórico— a las preguntas en las que trabajó Karl Marx durante el siglo XIX.

Marx quiso entender cómo funciona la historia de los sistemas económicos y, en particular, qué mecanismos generan y acrecientan la desigualdad. Su objetivo era que su diagnóstico científico ayudara, en última instancia, a mitigar la desigualdad.1

Desde entonces hubo descubrimientos científicos que permiten comprender mejor la conducta humana. Por ejemplo, la teoría de juegos estudia cómo actúan los grupos de personas en función de los incentivos individuales de sus miembros; la economía conductual y las ciencias cognitivas describen cómo las personas procesamos la información para tomar decisiones en la práctica; y la teoría de redes permite cuantificar el poder de negociación de los intermediarios productivos y de la comunicación.

Al combinar y resumir estos descubrimientos en un modelo general de la historia económica, podemos proponer una teoría más precisa y predictiva que la lucha de clases. Entre otras cosas, esta teoría comprende y explica problemas predictivos y de puesta en práctica de la teoría marxista.

Veremos que este nuevo marco conceptual es suficiente para explicar por qué el grueso de los trabajadores no lucha por la revolución, por qué surgieron cúpulas de poder en los experimentos marxistas, y por qué las burocracias sindicales capturan parte del valor obtenido por los sindicatos, fenómenos alarmantes para la tradición marxista. Además, ofrece explicaciones renovadas de por qué el poder económico tiende a concentrarse, y cómo, cuándo y por qué suceden las revoluciones en los sistemas económicos, e incluso cómo, cuándo y por qué emergen el autoritarismo, la esclavitud, la libertad, el proteccionismo y el libre comercio.

La lucha de clases, en su expresión inicial, no era suficiente para explicar tales acontecimientos históricos. Por eso, el paradigma marxista tuvo que formular teorías especiales para comprenderlos, como la teoría de la alienación, la teoría del imperialismo, la teoría de la revolución permanente, la teoría de la relación verdad-poder, la teoría de la batalla cultural, y los diversos modelos sobre la acumulación y centralización del capital.

Para formular nuestro modelo, partiremos de cuatro supuestos simples: que cada persona tiende a hacer lo que le conviene individualmente, que podemos ser más productivos colaborando que trabajando solos, que la productividad de un grupo depende de la tecnología disponible, y que la tecnología tiende a mejorar con el tiempo.

Este libro es una mera maqueta para un nuevo paradigma económico. Es una propuesta para construir en conjunto los cimientos de una nueva economía y luego todo el edificio. Por ello, los argumentos priorizarán la sencillez y la comprensibilidad antes que el blindaje ante las críticas.

Esto sugiere un pacto de lectura. Para convencerse de que el liderazgo es un paradigma prometedor basta compararlo con los paradigmas anteriores de pensamiento económico. Se espera que la lectura valore la capacidad de explicar la historia de los sistemas económicos desde un único modelo y pocos presupuestos.

Un nuevo mapa

Este libro tiene cinco capítulos. El primero explica cómo funcionan las jerarquías económicas en general. El segundo explica cómo interactúan y evolucionan las jerarquías cuando la tecnología se desarrolla para comprender la historia económica. El tercero aplica los conceptos anteriores para comprender la economía actual y sus tendencias futuras. El cuarto compara el paradigma expuesto en este libro con los paradigmas marxista y mainstream. El capítulo final expone qué tenemos que hacer para construir un mundo más justo.

El primer capítulo presenta el liderazgo, el mecanismo general que subyace a las jerarquías económicas.

El liderazgo es una forma autosuficiente de poder, que permite capturar parte del valor generado por otras personas sin necesidad de poseer máquinas, insumos, dinero o títulos nobiliarios.

Funciona porque alinea incentivos para promover la colaboración, y sostiene a la plusvalía empresarial, el señorío feudal, las burocracias soviéticas y sindicales, las tiranías y la economía de plataformas.

El segundo capítulo presenta la disputa de redes, la dinámica que subyace a la historia económica.

Cuando la tecnología se desarrolla, las jerarquías evolucionan y pueden crecer.

La disputa de redes es la competencia entre líderes por seguidores a medida que la tecnología avanza. Permite explicar la concentración de poder económico, la caída salarial de las últimas décadas, y el incentivo reciente a dejar de compartir nuevos desarrollos tecnológicos.

Veremos que las revoluciones económicas y las fluctuaciones entre autoritarismo y libertad, esclavitud y emancipación, o entre proteccionismo y libre comercio se siguen directamente de la competencia por seguidores entre líderes de organizaciones de diferente capacidad productiva.

El tercer capítulo aplica los conceptos de liderazgo y disputa de redes para entender la economía actual.

Analizaremos los roles del mercado, de las empresas y del sistema financiero en la alineación de incentivos para mejorar la productividad de las organizaciones. También veremos por qué algunas plataformas digitales tienden a abaratar los costos de un servicio pero aumentar su precio para el usuario final.

Asimismo, estudiaremos cómo los sistemas evolucionan a medida que se desarrolla la tecnología para interpretar sus tendencias actuales y futuras.

Contrario al sentido común, el salario básico universal y la eliminación de la propiedad privada podrían contribuir a la concentración de poder y el agravamiento de la desigualdad.

Dado un nivel de centralización de poder, el dinero y el sistema financiero podrán dejar de existir. Veremos que la economía de plataformas ya sufrió un efecto análogo que terminó con el intercambio común de información entre plataformas.

El capítulo cuatro presenta el origen epistemológico del modelo del liderazgo.

Hay tres tipos de modelos científicos modernos: dualistas, gasistas y networkistas.2

Los modelos dualistas aparecieron con las ecuaciones diferenciales en el siglo XVIII y sirven para entender sistemas de dos partes, como un planeta que orbita a otro. La lucha de clases es un modelo dualista propuesto a mediados del siglo XIX.

Los modelos gasistas aparecieron con la termodinámica estadística al final del siglo XIX y sirven para entender sistemas de muchísimas partículas que no forman estructuras ni se organizan, como los gases. La competencia perfecta es un modelo gasista construido en los siglos XIX y XX.

Los modelos networkistas aparecieron con las simulaciones computacionales a fines del siglo XX, y sirven para entender sistemas de más de dos partes interdependientes que pueden adaptarse y formar estructuras, como los cerebros y los ecosistemas. La teoría del liderazgo es un modelo networkista del siglo XXI.

La economía tiene más de dos partes, porque incluye muchas personas, gremios y empresas. Además, los individuos se adaptan, interconectan, y organizan constantemente.

La economía se parece más a un ecosistema o a un cerebro que a un gas o a un planeta que orbita a otro. Es sensato estudiarla desde el paradigma networkista.

El capítulo cinco propone qué hacer para cambiar al mundo.

En primer lugar, describe dos posibles soluciones al problema de alineación de incentivos que no concentren el poder absolutamente. Una son los protocolos, mecanismos capaces de alinear incentivos sin una autoridad central. La otra es la regulación, intervenir el liderazgo para mitigar la desigualdad que genera sin eliminarla del todo.

A continuación, problematiza el concepto de “energía”. La energía necesaria para mover un sistema son todas las acciones que van en contra de su “dirección natural”. Las estrategias anteriores fracasaron por no considerar este problema.

En el caso de la economía, que las personas vayan en contra de sus incentivos económicos requiere energía. Las comunidades y la motivación social son la fuente principal de energía económica.

Por último, traduce las observaciones anteriores en una estrategia concreta para mitigar la desigualdad. La estrategia se basa en fundar y escalar una red que resuelva los problemas de la coordinación y alineación de incentivos a gran escala sin llevar a la desigualdad extrema ni al autoritarismo.

Fundar y escalar una red así es la revolución. Toda revolución triunfante fue una red que creció y escaló. Podemos hacerlo. Será una aventura.

Un proyecto vital

Este libro se gestó en tres etapas.

La primera sucedió hace más de diez años, en una clase de historia en el colegio a los dieciséis años. Habían presentado la interpretación marxista de una invasión y me pareció demasiado lineal, lo cual era un problema para un convencido marxista como lo era yo. Me empeciné en entender mejor cómo las dinámicas materiales determinan la organización social de alto nivel, que era lo que me parecía que el marxismo trataba en forma demasiado lineal, la famosa relación entre la estructura y la superestructura de una sociedad. Para ello, decidí estudiar filosofía, con el objetivo de “entender cómo entender”, y psicología, porque intuía que había algo en cómo el cerebro produce el pensamiento que ayudaría a entender el problema: en el cerebro, los procesos materiales determinaban los fenómenos psíquicos, pero en forma no lineal y compleja.

La segunda etapa fue en la carrera de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. La carrera se centraba en la historia de la filosofía y ofrecía poca formación en problemas científicos y técnicos filosóficamente relevantes, como la informática, la virtualidad, la bioingeniería, las neurociencias o la inteligencia artificial. Con otros estudiantes de intereses similares, tanto de filosofía como de otras carreras, formamos un grupo de investigación para trabajar en temas filosóficos de mayor actualidad, y promoverlos al interior de la carrera. Dictamos, por ejemplo, el primer curso de Filosofía de la Inteligencia Artificial de la historia de la facultad. Además, el grupo me permitió trabajar en mis investigaciones de manera interdisciplinaria y colaborativa con personas talentosas desde muy temprano, oportunidad que suele restringirse a etapas más avanzadas de las carreras académicas.

Fue una época de efervescencia intelectual que me contactó en mayor profundidad con la computación, la cibernética y las ciencias de la complejidad. En ese momento, interpreté que lo que originalmente me había interesado de la psicología se encontraba mejor formulado en la teoría general de sistemas, y en particular en el estudio computacional de los fenómenos emergentes en sistemas complejos. Abandoné la carrera de psicología y comencé a estudiar Ciencias de la Computación, y me comprometí a hacer un ejercicio durante toda la carrera y las lecturas que hiciera en paralelo: estudiar cada uno de los temas como si fueran una corriente filosófica más, y dedicarme a interpretar su perspectiva filosófica sobre los temas que me interesaban. Durante toda esa época, tomé notas sobre definiciones cibernéticas e informáticas de los sistemas y fenómenos económicos. Años más tarde concluí que lo que había aprendido era un nuevo paradigma de pensamiento, del calibre de la modernidad y la posmodernidad, que se encontraba flotando, implícito y disperso, entre las vanguardias de diversas disciplinas.

La tercera etapa del proyecto comenzó durante la cuarentena por la pandemia de Covid-19 en 2020. Habiendo terminado de cursar la carrera de computación, empecé a escribir en detalle lo que había aprendido. Primero trabajé en algunos teoremas para un texto de epistemología, que empecé a redactar tres veces y nunca terminé ni publiqué, pero que aclaraba las bases teóricas de todo el trabajo posterior. En particular, aclaraba cómo la noción computacional de abstracción permitía definir mejor conceptos como red o fenómeno emergente, así como disolver debates entre los conceptos de determinismo y libre albedrío, relevantes para la formulación de una teoría de la historia económica. Un día tuve una intuición difusa, pero que percibí como una epifanía: “El capital es una red social, y por eso se concentra”. No la tenía bien definida pero sentía que encerraba respuestas a casi todas mis preguntas sobre la economía. Una tarde me puse a escribir un ensayo breve para definirla, ensayo que casi en el acto se transformó en un libro de cuatrocientas páginas que me ocupó dos meses de trabajo obsesivo. Las conclusiones del texto terminaron siendo más profundas de lo que pensé, y la teoría formulada permitía entender la historia económica con más claridad y entender y analizar con más naturalidad algunos temas actuales como las redes sociales o los problemas éticos y políticos de inteligencia artificial.

Durante el año siguiente me encontré, en muchas conversaciones, citando puntos de esa hipótesis económica y argumentando que eran los aspectos más importantes de los temas que más nos interesaban a mis amigos y a mí (especialmente asuntos de política, cultura y actualidad). Sin embargo, el libro tenía un problema: estaba escrito de manera engorrosa, e incluía demasiado algunos fundamentos teóricos y conceptos formales que habían sido andamios para formular la idea, pero que podían omitirse en la exposición para aumentar su claridad y reducir trabas en la comunicación. Además, era engañoso: yo quería defender que la idea planteada era un paradigma nuevo, prometedor y sencillo, que se acercaba más a ser un punto de partida para empezar a estudiar la sociedad desde un enfoque disruptivo que una teoría acabada para explicar precisamente cómo funciona. El libro, por el contrario, usaba conceptos teóricos que confundían las intuiciones esperanzadoras a amparar y alimentar con ideas acabadas e inexorables que llamarían a las almas irreverentes a derrumbarlas en lugar de construirlas.

Durante todo ese año, en cada conversación, fui explicando los puntos centrales de manera cada vez más intuitiva, hasta que un día supe expresar todos los puntos centrales en una conversación de una hora. Inmediatamente después fue que empecé este libro, con la idea de estructurar y plasmar apenas un poco mejor estas cuestiones, de modo que se acercara lo más posible a esa conversación, algo imprecisa pero comprensible y energizante. Lo empecé a escribir varias veces porque tiene muchas afirmaciones y pocas citas lo cual me incomoda aunque no quiera. Sólo pude terminarlo cuando empecé a considerarlo un cuaderno más que un libro, un punto de partida más que un punto de llegada, una conversación que le cuenta a un colega una idea pertinente e interesante que merece discutirse.

No puedo pensar en un tema político y analizarlo de otra manera. Es frecuente que alguno de mis amigos, o yo, escuchemos un análisis intelectual y concluyamos que sería más adecuado pensar el asunto tratado desde esta óptica, especialmente de aquellos análisis que sugieren quedarnos quietos, o abandonar la pretensión de comprender la gran historia, y entablar discusiones poco impactantes en la práctica en lugar de buscar una transformación radical de nuestra vida en sociedad. Estoy comprometido con estas ideas, creo que enriquecen la conversación, y te las quiero compartir.

Notas y referencias

  1. En su libro Del socialismo utópico al socialismo científico (1880), Engels argumentó que el marxismo se diferenciaba de posiciones utópicas porque se basaba en una comprensión científica de la historia y la sociedad. Por otra parte, la tesis XI sobre Feuerbach de Marx aclaraba que el objetivo último no era solamente comprender, sino transformar la realidad. 

  2. Los tres tipos de modelos fueron caracterizados por primera vez por Warren Weaver en su artículo “Science and Complexity” de 1948. Él habló, respectivamente, de problemas de simplicidad, problemas de complejidad desorganizada y problemas de complejidad organizada. Nuestro análisis habla de modelos en lugar de problemas porque es posible estudiar un tipo de problemas con modelos mejor adaptados a otro tipo de problemas. Los nombres “dualismo”, “gasismo” y “networkismo” fueron elegidos para resumir en forma gráfica las características de cada tipo de modelos. 


Comentarios

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